Una vez MAGOG soño el fin de la guerra.
En las ruinas de un castillo
en llamas, al atardecer, decapitado el último enemigo, la espada ya
ociosa para siempre, era un peso muerto, inútil, sin sentido. El
cansancio era infinito y el sol enrojecía el mundo.
A MAGOG no le gustó ese sueño. A GOG, en cambio, sí. MAGOG pensaba
demasiado y, en opinión de GOG, creía demasiado en lo que pensaba.
"Harías bien en pensar cosas prácticas, suelen ser igual de complejas
pero pasan más desapercibidas. Desde lo más sencillo, como mantener
afiladas las espadas, hasta lo más difícil, como elegir un caballo"
"Un buen samurai", decia GOG, "tiene siempre que estar bien rodeado. Sus
instrumentos tienen que estar siempre dispuestos, sus ayudantes,
siempre a mano, leales."
El tema de los ayudantes era para GOG una
materia infinita en su sutileza. Siempre decía: "así como nosotros hemos
perdido con pesar, a nuestros amos y solo respetamos el bushido (la
doctrina) y al emperador, no debemos hacer sentir a otros que no estamos
ahí para ellos. Los soldados jóvenes, meros campesinos muchos de ellos,
deben saber que consideramos importante su formación. Dedicar por día
unas horas al entrenamiento de los inexpertos, es fundamental, porque la
fortaleza de un guerrero, es solo igual al de todo su ejercito."
GOG y MAGOG también sabían que los ejércitos a veces pierden las
guerras, a pesar del valor y la lealtad de sus guerreros. Que muchas
veces los generales tienen disputas personales, ambiciones y traiciones
que no se condicen con la belleza impersonal de la doctrina...
Sin importar con lo que soñara, MAGOG tenía claro que la guerra no termina nunca.
miércoles
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